El problema somos nosotros
Por Rogelio Demarchi para La Voz del Interior
Supongamos que Mauricio Macri tiene razón: los Kirchner tienen prisionera a la Justicia y usan a los jueces para sacarse del medio a posibles competidores. Hoy le tocó a Macri, y en los próximos meses será el turno de los otros precandidatos.
Supongamos que los Kirchner tienen razón: los argumentos de Macri son ridículos; sería mejor que se haga cargo de su responsabilidad porque está acusado, nada menos, que de ser jefe de una asociación ilícita que ha organizado un servicio de inteligencia en Ciudad de Buenos Aires.
Supongamos, por último, que las dos conjeturas anteriores no son mutuamente excluyentes: Macri y los Kirchner tienen razón, los políticos son capaces de hacer cualquier cosa para permanecer en el poder.
Lo anterior no es un juego. Es la formulación de un drama. Si cualquiera de estas suposiciones fuese cierta, la democracia está casi muerta. No se trata de estar a favor de los Kirchner o de Macri, sino de comprender que elegir entre unos y otro es elegir entre la espada y la pared, o entre el cáncer y el infarto. El resultado es el mismo. No hay república.
En La república desolada. Los cambios políticos de la Argentina (2001-2009) (Edhasa, 2010), Hugo Quiroga advierte que hemos consolidado una democracia electoral "que se aleja de los principios fundamentales de una democracia republicana, por la debilidad de los contextos deliberativos, por el escaso respeto a la división de poderes, por la inconsistencia del control de las decisiones del Estado".
En ese contexto, una y otra vez se adapta el marco legal a las necesidades de los actores políticos cuando debería ser al revés: quienes deseen participar en política deberían admitir, antes de hacerlo, las limitaciones que imponen las leyes.
Paralelamente, escribe Quiroga, "la credibilidad en la Justicia argentina se ha ido erosionando en forma proporcional a la injerencia que el poder político fue cobrando sobre ella en los últimos 20 años". Contribuyen por igual a ese descrédito jueces que se dejan escribir sus sentencias por el poder político, gobernadores como Macri que rechazan dictámenes judiciales descalificando a sus autores, y presidentes como Néstor y Cristina que han desobedecido varias órdenes emanadas del Poder Judicial.
Supuestamente, Macri es uno de los mejores candidatos que tienen los que desean destronar a los Kirchner. No es más que un "liderazgo de popularidad", según Quiroga, que remite a la opinión pública y al voto, no a estructuras partidarias tradicionales; un liderazgo inestable que depende de la valoración positiva de su imagen.
¿Eso es lo mejor que hay para enfrentar el pragmatismo y la indefinición ideológica de los Kirchner, su abuso y concentración de poder, su negación al diálogo, el decisionismo presidencial que atenta contra el Estado de derecho?
Astuto, Quiroga afirma que "la democracia es una realización humana, es como la hacemos". Lo que quiere decir que el problema no son los Macri ni los Kirchner, sino nosotros. Si nosotros somos ciudadanos poco exigentes, la calidad de la política seguirá siendo muy baja.
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